Cine argentino de riesgo

¿Tiene sentido seguir hablando del boom del cine argentino cuando ya pasaron diez años? Según Quintín (crítico de la vieja El Amante), lo que en su momento fue una estética innovadora se convirtió en un molde de películas redituables para la industria. Fue también Quintín quien puso como ejemplo a Lucrecia Martel: después del éxito de La ciénaga le habrían pedido otra película para llevar a Cannes y, en el apuro, hizo La niña santa, que es prácticamente igual a su antecesora.

Hay mucho de cierto en todo esto. Pasó lo mismo con unos cuantos directores de esa camada: Caetano, por ejemplo, no volvió a igualar el impacto de su primera película, Pizza, birra y faso, hecha conjuntamente con Stagnaro. Un caso más visible es el de Sorín, que de Historias mínimas a El perro se mantiene en una propuesta estética que parece continuarse ininterrumpidamente de una película a la otra. Los que recibieron con entusiasmo las obras pioneras se sintieron razonablemente defraudados al volver a ver lo mismo, para colmo aggiornado. De nuevo: La niña santa no sólo repitió la fórmula ganadora sino que mejoró aspectos formales y se hizo más digerible para un público internacional. Otro caso es el de Los muertos, la segunda de Lisandro Alonso, que incluso con un relato más elaborado no alcanzó a su opera prima, La libertad, cuyo rasgo más interesante fue precisamente la crudeza de esas imágenes que mostraban la vida del hachero sin la mediación de ningún relato.

Es cierto: este realismo se estancó estilísticamente. Pero de ahí a decir que el boom del cine argentino ya es historia hay una gran diferencia; sería anclarse en la posición cómoda del pesimismo a la que son tan proclives los intelectuales argentinos. El cine argentino sigue sorprendiéndonos aun cuando las propuestas estéticas estén cambiando. Directores como Bielinsky y Szifrón revitalizaron el género policial y Spiner no se rinde ante el desafío de hacer ciencia ficción. Pero me interesa señalar la continuidad que hay entre la primera generación de cineastas y estos directores más recientes. No se puede entender el grado de sofisticación de películas como Tiempo de valientes o El aura sin evocar otras del nuevo cine: Un oso rojo, que ya apostaba a cruzar el realismo del momento con el western, El bonaerense, que aportaba una mirada inteligente y arriesgada sobre un tema difícil, o La ciénaga, donde Martel parecía reflexionar en torno al tiempo tal como lo habían hecho los grandes cineastas (Griffith o Hitchcock). El realismo ya era sofisticado y también había corrido riesgos.

Paralelamente, películas como Nueve reinas, El aura y Tiempo de valientes también cargan con la impronta del realismo. Es una capa ya sedimentada en el lenguaje del cine. Se ve en la fauna de personajes típicamente argentinos, pero también en los lugares y circunstancias bajo las que se desarrolla la acción: los bosques patagónicos en El aura o las sesiones psicoanalíticas en Tiempo de valientes. Pero si es Nueve reinas el punto de transición más claro -si hay que buscar una escena que resuma el cruce del realismo con un cine más arriesgado, en este caso el policial- me quedo con Darín intentando cobrar un cheque millonario en un banco cerrado y agolpado de ahorristas reclamando en la puerta.

Me parece que el primer realismo, como las apuestas más arriesgadas del presente, son instancias de un mismo proceso de maduración. Y si el realismo ya no nos conmueve tanto no significa que el cine argentino esté en declive sino todo lo contrario: se prepara el terreno para que los cineastas acepten nuevos desafíos.

No digo que una generación de cineastas haya reemplazado a otra que se extingue. Primero porque los directores de la primera generación todavía son jóvenes y en muchos casos sus carreras recién comienzan. Segundo, porque mientras los de la primera generación tenían el éxito que tenían, los de la segunda ya estaban trabajando sigilosamente en estéticas más osadas. El primer thriller de Szifrón, El fondo del mar, y la primera apuesta fuerte de Spiner a la ciencia ficción, La sonámbula, pasaron desapercibidas cuando el realismo acaparaba toda la atención. Pero lo cierto es que formaban parte de una misma atmósfera de productividad aunque las propuestas estéticas de sus directores se consagraran más tarde, una vez pasado el tiempo suficiente para que maduraran.

Spiner dijo en una entrevista (1) que se había vuelto un recurso fácil usar actores no profesionales para mostrarlos tal como eran en la vida real; que siempre resultaba efectivo. Por eso él prefería usar actores profesionales y abordar un género como la ciencia ficción. No estaba restando valores al recurso clásico del neorrealismo italiano: pensaba que ya era tiempo de probar otras cosas.

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(1) Revista El extranjero Nro. 4, septiembre 2005.

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