Miradas animadas. Caloi en su tinta

Por Mariano Colalongo

Miradas animadas se llamó la sección novata del Festival, cuya programación estuvo a cargo de Caloi y María Verónica Ramírez -curadora de la muestra que se proyectó en Mar del Plata- con material proveniente de Annecy (ciudad alpina de Francia donde hace más de 40 años se realiza el Festival más importante de cine de animación). Queremos hacer esta mención porque intuimos que en otros medios no se dirá nada y la sección nos mostró, verdaderamente, las únicas joyas del Festival.

Pero estas producciones eran tantas y tan cortas, que sólo recordamos de las que vimos aquellas que supieron aprovechar el corto plazo de tiempo y ofrecernos una acabada visión sobre un asunto; o algunas otras que nos emocionaron por la carga poética de sus representaciones. El hombre volador (The Flying Man (2'), Greg Dunning, Gran Bretaña, 1962), por dar un ejemplo de las primeras, cuenta la historia de un hombre que quiere volar al ver que otro vuela desprejuiciado. Esta animación consiste en la veloz trasposición de unos fotogramas que parecen dibujados con témpera, o con algún otro trazo grueso; pero impresiona el aprovechamiento de recursos para mostrar en dos minutos veinte aquello que para el hombre representa, genéricamente, una imposibilidad, un latente deseo.

Un ejemplo del segundo grupo puede ser El león y la canción (Lev a pisnicka (16'), Bretislav Pojar, República Checa, 1959), de un gran despliegue de colores y muñecos que nos comunican con la infancia a la vez que nos muestran, con un final trágico, la irreductibilidad de las naturalezas y el triunfo del arte sobre los instintos. En efecto, trata de un viejo músico que atraviesa un desierto alegremente tocando su acordeón, y no advierte la presencia de un león, que aprovecha el solaz nocturno para acechar a sus posibles presas. Cuando el músico pasa cerca, el león, conforme a su feroz naturaleza, salta detrás de la duna y lo devora junto a su instrumento. Pero allí no termina la historia, pues habrá una revanche. El hombrecito es deglutido, pero el acordeón queda atravesado en el estómago del felino provocando un desconcertante sonido, una música esta vez horrible, que se agudiza más y más, revelando a los topos, ardillas y otros habitantes-comida la presencia del león, quien finalmente no soporta todo aquello y demostrando que el verdadero triunfo es de la canción, muerto de angustia y hambre termina por suicidarse.

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