Editorial: el freak

A decir verdad, cuando pensamos un nombre para esta revista se nos ocurrió el estridente y poco fértil Engendros raros. Francamente, nos parecía la definición más sincera para un cuerpo habitado por el cine y la filosofía. Más tarde, investigando sobre el asunto del freak en el cine, aparecieron Todd Browning y Lynch, pero también Paul Morrisey y Herzog (otra vez) con esa de los temibles enanos. Todas las hipótesis acerca de esa elección nos parecían posibles. Estábamos decididamente confundidos: tanto desconcierto revelaba cierta insistencia irracional por el nombre. Finalmente optamos por La ventana indiscreta; pero porque en el fondo guardaba alguna conexión con la idea de freak.
Luego, la peculiar incidencia del destino nos llamó con su escalofriante repetición: la posibilidad de dar a luz nuestra revista en un festival de la ciudad llamado Festifreak nos pareció redundantemente maravillosa; y allí fuimos, apurando todo: ajustamos las tuercas de una nave que estuvo preparándose año y medio en el hangar, y salimos a planear por las calles con Hitler (era Bruno Ganz) como freak absoluto de la portada.
Actualmente, nuestro apego a ciertos barbarismos de la naturaleza nos hacen reincidir, y estamos a la búsqueda de un concepto de freak cuyo desarrollo todavía no bajamos al papel pero que -no teman- no tendrá al führer por garante. Valga todo esto para declarar el contenido indudablemente freak de este tercer número. Como saben nuestros lectores, las ediciones anteriores estuvieron dedicadas a temas específicos. El número 1 resultó el más específico de todos, quizá un ejercicio redundante, sobre un tema polémico y sensible: La caída y la figura pretendidamente humana de Hitler. El número 2 fue más general y proponía una diversidad de miradas que no pasaron desapercibidas: se trató del cine nacional (y de nuestro anhelo metafísico por la Luna).
En cambio, esta vez nos fuimos a presentar el número 2 a Mar del Plata; cuando volvimos empezó el año y, para este número 3, no hubo reuniones que trazaran geografías ni zonas de disección, sino la más abierta propuesta al libre ejercicio de escritura de nuestros pensadores. Este verdadero triunfo de la democracia —ya verán— redundó en calidad de pensamiento y devino en octaedro, acaso la más freak de las perfectas figuras geométricas. Cada cara, cada artículo de nuestra revista intenta escenificar cabalmente la idea de esas imágenes cinematográficas guardadas en la retina. Podrán ver el trazado cruelmente moral de Lars Von Trier en Dogville, a cargo de Ricardo Forster, o el recurrente out-of-law con que nos inquieta el cine norteamericano, a cargo del Dr. Moran, o una vuelta a Whisky por Esteban Rodríguez, bailar con Madam Satá, o profundizar sobre V de vendetta y Hostel, del expandido género de la estilización de la tortura. También lo podrán oír a Fabián Bielinsky, directo de nuestro reporter, elucubrando alrededor del problema de la identificación y la relación que se genera con el público. Pero acaso el detalle freak más querido de este tercer número sea nuestra cobertura del 21° Festival Internacional de Cine de Mar del Plata. De todo aquello salimos ilesos, incluso metamorfoseados en periodistas, y pudimos cumplir también con un objetivo denominado enfáticamente operación glamour: volvemos con algunas reseñas, un encuentro sabático (luego de una semana de laburo) con la Pocahontas de Terrence Malick, y la entrevista que le hicimos a Fabián Bielinsky -a mediados de abril y en Buenos Aires, bien lejos, por cierto, del craso glamour de Mar del Plata.

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