El sueño de Cassandra

por Julia Centeno

A partir de la nueva propuesta de Woody Allen El sueño de Cassandra es posible sacar a la luz varias reflexiones que sin dudas trascienden la producción y la vasta trayectoria de este brillante director neoyorquino, y nos sumergen en la macro cuestión del cine, en la experiencia del fenómeno cinematográfico y en las mutaciones posibles del espectador en el momento en el cual se constituye a sí mismo. Son las cuestiones tratadas en la película ya presentadas en otras producciones de Allen, la criminalidad como desposeída de valores absolutos y concluyentes, las acciones definitivas como parte de la amplia esfera donde las contradicciones existenciales se mantienen soberanas y únicas, y es allí donde las relaciones suscitan la identificación del yo. Estas relaciones afectivas complejas como las que encarnan estos dos hermanos, tocan intermitentemente núcleos conflictivos que permiten entrelazar la individualidad con lo compartido, generan el lazo filial. La competencia, el recelo, la similitud agobiante y la necesidad de suprimir a ese otro que se presenta como obstáculo de la fantasmal realización personal. No es casual que la secuencia se abra en torno a un objetivo común, que será la puerta de entrada para generar variables de interacción, y que sea allí mismo (en su bien compartido, el barco) donde se permitan sincerarse mutuamente en las conversaciones que mantienen. El conflicto central comienza siendo la demanda y la culpa de sus relaciones familiares compartidas, pero rápidamente se internalizan en el cuerpo mutuo de su propia unión y crecen alimentándose del origen y la historia pasada que reaparece para agobiarlos.
La propuesta resulta atrayente en tanto permite atravesar las bases mismas de los cuestionamientos más generales, nos permite reflexionar y experimentar la contradicción que nos hace ser en la sociedad moderna, que a partir de la individualidad y el desinterés propone una amenaza constante. Pero también nos permite a aquellos que seguimos entusiastas las creaciones de Allen identificar nuevas maniobras y sutilezas excepcionales a la hora de dibujar secuencia a secuencia el perfil externo e interno de cada personaje, la angustia y el deseo de cada cual y la levedad opresiva del azar que acecha dispuesto a poner en jaque las defensas construidas y la autosuficiencia irónica del mundo adulto/racional en tensión con lo salvaje/instintivo/infantil.
Creo que es interesante puntualizar sobre tres producciones de Allen: Crímenes y pecados (1989), Match point (2005) y El sueño de Cassandra (2007), en cuanto en ellas la impunidad y el destino se superan a la manera dialéctica constituyéndose en uno solo junto con la hipocresía social y la desigualdad, la búsqueda de poder y el deseo de reconocimiento. Constituyen algo así como “la trilogía del azar” que, a la manera de Paul Auster en literatura, son historias que se cuentan a sí mismas, se discuten, se conforman, construyen un camino para luego desandarlo circularmente. Como una cinta de Moebius nos sumergen y nos sueltan en un vaivén que reboza de dinamismo e intensidad. El azar como marca, como amenaza y como certeza, como espacio vacío del artificio de la razón.

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