Magia en el cinemascope


por Álvaro Fuentes

A veces uno se deja sugestionar mucho por una película cuando pasó demasiado tiempo sin ver cine. La película puede haber sido muy buena, pero se la carga de tal entusiasmo que le dedicamos alabanzas desmedidas y puramente subjetivas. Creo que es parte constitutiva de la tarea del crítico la presencia de este tipo de factores más del orden de lo sentimental.
En este caso fue el reencuentro con el arte de espectar, pero también la calidad de la película, que a medida que decantan las impresiones que dejó también se disipan las dudas sobre su calidad intrínseca. La vi porque la habíamos alquilado, y casi sin expectativas previas, excepto por el género, que por la portada parecía de aventuras o fantasía. Aunque siempre sabiendo que con propuestas de este tipo con el cine norteamericano nos podemos llevar gratas sorpresas... pero también considerables chascos.
Pero se trata justamente de arriesgar y en este caso la apuesta rindió y con creces. El ilusionista es una película absolutamente clasicista en el modo de contar una historia. Comienza con la escena de un mago, o ilusionista, sobre un escenario, frente a un auditorio colmado, que por la escala sobrenatural de sus trucos la policía irrumpe en la sala del teatro y lo apresa en nombre de la ley y el orden, ante el enorme descontento y el chiflido generalizado del público. Inmediatamente una voz en off, que resulta ser la del policía a cargo de ese polémico arresto, cuenta la historia de aquél mago que cambiaría su vida y la de toda Viena, a comienzos del 1900 aproximadamente.
Al inicio de su relato, el policía cuenta lo que se rumoreaba en las calles de ese mago tan extraordinario. De sus orígenes fantasmagóricos y su conexión con el mundo de lo sobrenatural. Se decía que de chico tuvo un encuentro, bajo la copa de un árbol, con un anciano que luego de dedicarle algunos números de magia desapareció con árbol y todo. La cámara muestra esto, lo que en un primer momento nos parece demasiado burdo o explícito. Creemos que se tratará de otro chasco más del cine norteamericano. Para colmo dichas escenas apelan al recurso de introducir y cerrar el relato sobre ese pasado mítico del mago con el típico círculo que se abre al principio y se cierra sobre el final del cuento.
La voz en off se va disipando, la historia retorna al presente de los personajes y los hechos empiezan a adquirir un tinte de mayor realismo y menos rango de superstición.
La historia está llena de giros y contragiros, momentos dramáticos y suspenso, siempre contada de un modo muy sencillo. Tiene escenas magistrales, de gran valor estético, como la de un caballo blanco retornando sin la mujer esperada, pero con un manchón de sangre en uno de sus laterales. Ese galopar de un caballo sin jinete lo recuerdo con nitidez, por el contraste de los colores y el ritmo suspendido del relato.
Por último quisiera mencionar algunas muy buenas actuaciones que pueden verse en esta película. En primer lugar, por una cuestión protocolar, habría que nombrar a Edward Norton, que es el mago de la historia pero cuyo papel realmente desluce frente a las enormes actuaciones que lo rodean. Es muy bueno el papel del policía, que en realidad más que policía es jefe de la guardia que acompaña a una especie de marqués, vil a todas luces, con ambiciones de convertirse en príncipe de Viena. A su vez este marqués se enemista de cuerpo y alma con el ilusionista porque este permanentemente lo hace quedar en evidencia en su miserabilidad frente a toda la sociedad, además de que le quiere robar la mina por supuesto.
El policía es un hombre corrupto, que no hace más que defender su status como garante de la seguridad del marqués, puesto al que le costó mucho llegar viniendo de una familia de carniceros. El papel me hace acordar mucho al del carnicero de Pandillas de Nueva York, tiene la misma fuerza expresiva y rasgos en el personaje muy similares. Sorprende la versatilidad del actor, que también actuó en películas independientes norteamericanas, donde saltó a la fama, como American splendor o Entre copas, donde en ambas oportunidades hace de norteamericano medio, fracasado, al estilo de Woody Allen, pero más como actor. Lo recuerdo como un tipo sumamente gracioso y por eso me fascina este cambio tan abrupto a un personaje tan oscuro y corrompido.
El otro personaje impresionante es el marqués, cuyo drama existencial es la aparición en su vida del mago, que lo hace verse a sí mismo como un auténtico miserable cuando él se tenía en tan alta estima. Son realmente desagradables las escenas que muestran la intimidad del marqués. La brutalidad y el desprecio con que trata a sus allegados, como su prometida (que el mago le disputa) o el mismo policía, a quien siempre tuvo como hombre de máxima confianza pero que lo ve flaquear ante las imponentes lecciones morales que deja el mago a toda la población vienesa.
En fin, por esto y por muchas otras cosas la película vale la pena, realmente creo que no tiene desperdicio. Como suelo decir, lo único malo de ver una gran película es que ya nunca podremos verla por primera vez. La magia de esa primera impresión que nos crea es solo privilegio de aquellos que todavía no presenciaron el despliegue en escena del truco del ilusionista.

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